Por: Dra. Anabel Ochoa
Por más que te empeñes en cambiar
el mundo, hay elementos traidores en tu propia cabeza, en el inconsciente, programas
pregrabados que ocupan parte de esa extraña computadora que es el cerebro que
te habita. La infancia que nos aconteció no es inocente. Freud decía que el
niño es el padre del adulto, y no estaba errado en este punto. Lo que nos
ocurre en la infancia deja toda una huella, un sentimiento aprendido sobre el
cual transcurren las otras cosas de nuestra existencia joven y futura. Pero
“llueve ya sobre mojado” sin duda. Si no intervenimos sobre los traumas de
nuestro pasado, sobre nuestras carencias y dolores de la infancia —y todos los
tenemos, no creas—, entonces acabamos fatalmente condenados a repetir lo mismo
que odiamos. Un movimiento automático que en vez de resolverse en los cambios
imita una y otra vez un intento enfermizo de curarnos.
Es preciso reflexionar
sobre el pasado para tomar las riendas en el presente y diseñar un futuro mejor
y distinto; ésa es la evolución de la especie. De otro modo, la niña golpeada
por el padre alcohólico huirá de la casa familiar “aparentemente” con otro
alcohólico que la golpeará; el violado se convertirá en violador para
resarcirse de algo que ni él mismo entiende; quienes fueron víctimas de
violencia acabarán siendo violentos con los otros. Y así eternamente
perpetuando el círculo del dolor sin avance posible. Si no intervenimos, si no
ponemos un “¡hasta aquí!” no hay progreso de ningún tipo y nuestra tara
fabricará tarados.
No siempre se puede solo, mejor
dicho: pocas veces se puede solo. Hay que pedir ayuda, y no es ninguna vergüenza.
Más vergonzoso es quedarse en la repetición burda. Del mismo modo que cuando
nos falla la vista recurrimos al oculista,
de la misma manera que cuando se rompe un hueso no nos avergonzamos de echar
mano del ortopedista, entonces de modo idéntico hay que recurrir a los psicólogos,
psiquiatras, sexólogos, asesores de pareja y especialistas en familia para
nuestros conflictos. No es que estemos locos por recurrir a ellos, al
contrario: loco es el que no pide ayuda y se consume solo.
Fuente:
Libro: " Mitos y realidades del sexo joven"
Autor: Dra. Anabel Ochoa
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