Por Alan Stevez Angien*
Imaginemos un
mundo en el cual todos sus habitantes tuvieran a la mano cierta facultad que,
además de proporcionarles placer y esparcimiento, también les confiera un poder
supremo y hermoso; el concebir la vida de otros seres. Pensemos que, a partir
de cierta edad cada vez más temprana, los individuos de este mundo fueran impedidos
por los medios de comunicación de su sociedad a experimentar y a arriesgarse,
empleando este fabuloso don sin precaución, conocimiento o educación previa y,
además, se les confundiera con imágenes falsas y distorsionadas acerca del
valor del empleo de dicho poder. Añadámosle a dicho planeta una sobrepoblación
creciente, crisis económica, hambre, violencia y una disminución cada vez más
crítica de oportunidades para el desarrollo del individuo. Esta situación no es
remota, habla de la realidad que cotidianamente vivimos y responde
inmediatamente a la pregunta ¿Por qué es necesaria la educación sexual para los
hijos?
La educación
sexual puede dividirse en cuatro partes. La primera va orientada hacia la
enseñanza de las funciones biológicas, la segunda va dirigida a instruir acerca
del ejercicio responsable de la sexualidad, los métodos de anticoncepción y las
medidas precautorias para evitar enfermedades de transmisión sexual, las otras
dos son más ignoradas: La enfocada hacia
la metodología erótica, y la cuarta, quizás aún inexistente, que habla de las
reacciones emocionales y psicológicas del amor en hombres y mujeres.
Aparentemente, las primeras reflejan la importancia que reviste su difusión,
haciendo que las últimas parezcan superfluas y haga suponer que se encuentra
incluida en las dos antecedentes, pero no es así. Esta es una omisión muy
sensible en el plano de la educación elemental, así como en los de la educación
de cualquier otro nivel.
Pensando en
nuestros hijos ¿Qué idea contradictoria debe quedar en sus mentes cuando se les
enseñan las funciones fisiológicas y los cánones morales (ambos de una manera
rígida e impersonal), mientras en sus cuerpos solo existe una vedad conocida:
Que la manipulación genital otorga placer, sensaciones o ideas inespecíficas,
vagas y, sin embargo, poderosas? Ante esta verdad tan sencilla como
contundente, se levantan la rigidez de las normas, la conducta contradictoria
del adulto y la sociedad, y un mundo de ilusiones vanas exacerbadas por los
medios audiovisuales y la comercialización.
Fuera de
repetir lo conveniente acerca de la enseñanza de la anatomía, la fisiología y
la responsabilidad sexual, en este artículo nos centraremos en dilucidar acerca
de la doctrina erótica y emocional que debemos brindar a nuestros hijos para
que tengan una visión más completa y real de su propia sexualidad y la de sus
semejantes.
Partamos de
considerar que todo ser llega al mundo
en medio de una sociedad compleja sin poseer, en el punto de partida,
las disciplinas indispensables para dirigirse y guiarse. Un recién nacido no
comprende la lengua de su país; el gesto más sencillo, los pensamientos más
humildes le resultan extraños.
La sociedad
que recibe al recién nacido conoce sus necesidades biológicas primordiales y
está preparada para satisfacerlas, ya que la estructura social está fundada
sobre estas premisas. La civilización misma se hundiría si el hambre y la sed,
la sexualidad y sus consecuencias, la búsqueda de calor; del abrigo y de la
seguridad desaparecieran súbitamente. Las costumbres y los valores humanos
tienen su principal forma de expresión en el comer y beber, las relaciones
sexuales, la vida familiar, así como en las exigencias y cuidados que se dan al
vestido, la habitación, y la seguridad.
En el niño,
la noción de personalidad comienza gracias a los diversos comportamientos que
acumula a lo largo de su aprendizaje, creando un ser biosocial, que vive en
medio de otros individuos y en una civilización determinada. Su estructura
biológica está constituida de tal manera que les es posible ejercer una
actividad social que se encuentre en relación con las necesidades de los demás,
lo mismo que con las propias.
En los recién
nacidos, a pesar de la ausencia de una personalidad, existen diferenciaciones
biológicas que son de gran importancia para fijar una parte de la conducta
individual fundamental. El sexo es una, el color de la piel, de los cabellos,
el factor biológico no solamente es el que crea las diferencias individuales.
Lo que influye en gran medida es la reacción de los otros hacia uno. Su
conducta, lo que era la norma, la ley de las preferencias, y los rechazos, y lo
que forma en él, las esperanzas o las actitudes correspondientes.
Conforme
crece el individuo, la distinción entre la madurez biológica y la madurez
social tiene más peso. Si ambas son independientes, no son idénticas ni
evolucionan siempre simultáneamente. Puede ser que una se realice más
rápidamente que otra, sin embargo es la inmadurez social que plantea
problemas más arduos. Como ejemplo,
podemos citar el periodo de “capricho”, que sucede entre los dos y cuatro años.
En esta etapa, muchos niños ergotizantes y discutidores pasan por una fase de
testarudez y de relación. Han adquirido una fuerza, una habilidad y un espíritu
de empresa que no corresponden todavía a su experiencia y dominio frente a las
convenciones sociales, o sea, lo que está permitido o lo que está prohibido. En
esta época de su existencia los choques con el ambiente los rodea aumentan
considerablemente.
Más tarde,
durante la adolescencia y la juventud, el rápido cambio biológico sobrepasa la
experiencia social y conduce a choques más serios aun, tanto en la familia como
en el medio social más amplio. Debemos reconocer que las reglas sociales que el
adolescente debe observar son singularmente variables e inestables y contienen
contradicciones profundas o aparentes. Son en su mayor parte, poco compatibles
como el crecimiento y la evolución física y, en muchos aspectos, están más
conformes a la tradición y a la opinión de los adultos que a la psicología de
los adolescentes. La armonía o el desorden del periodo crítico de la infancia y
de la adolescencia dependen, por una parte, de las diferencias individuales respecto
de la posición abierta al espíritu de empresa del niño y del adolescente y, por
otra, de las diferencias individuales respecto del sentimiento de aceptación,
de la solicitud y de la conciencia de las personas mayores responsables, así
como de la tolerancia del medio social.
Por lo tanto,
podemos considerar que hacen falta por lo menos veinte años para que el
individuo aprenda como ha de conducirse para vivir con los otros, que están
constituidos de la misma manera y que poseen las mismas necesidades fundamentales
que él. Y cada uno de ellos reacciona de manera diferente y se constituye una
experiencia estrictamente personal frente a los diversos acontecimientos que
encontrará desde la infancia. Por lo tanto, es necesario que desde el principio
se oriente al niño para que aprenda a procurarse satisfacciones a su manera y
desarrolle una técnica que le sea propia con el fin de evitar los conflictos y
las decepciones que la vida familiar y social le traerá inevitablemente.
En el momento
del alumbramiento o parto, el organismo humano pasa por una revolución
biológica tal que ningún acontecimiento de la existencia posterior puede
igualarse a ella. Sin embargo, no son las fuertes presiones uterinas que lo
expulsan, la resistencia de los tejidos que se
oponen, el esfuerzo muscular nuevo para conseguir oxígeno, la puesta en
marcha de los mecanismos que regulan la temperatura de su cuerpo y la humedad
de su piel, el acontecimiento nuevo más importante en el momento del
nacimiento, así como tampoco lo son una lesión interna del cerebro o una
hipotética angustia psíquica. Lo más importante para el organismo en la
familiarización con una nueva dependencia: La dependencia de una buena voluntad
y de la disponibilidad del otro. Ya las necesidades del recién nacido no son
colmadas automáticamente a medida que se presentan por su propia actividad o de
la madre. Este se ha vuelto una persona “aparte”, que bien puede satisfacer las
necesidades en su existencia; la demora entre la necesidad y su cumplimiento
trae consigo el deseo, la tensión, la inquietud y el dolor. La primera
educación ha comenzado.
Cuanto más
crece el niño en fuerza, sentido de observación y habilidad, tanto más su
comportamiento estará sujeto a las reglas que gobiernan su vida de las personas
mayores que lo rodean. Es introducido a un nuevo ritmo de las necesidades y
satisfacciones, de calma y actividad, y las reglamentaciones por más elásticas
o tolerantes que sean no estarán nunca conformes a las necesidades individuales
del nene. Las lágrimas, la agitación, se volverán inútiles, mientras que al
principio le procuraban, junto a la compañía materna, la leche y las palabras dulces.
Es necesario
subrayar que el niño reciba en sus primeras lecciones de moral en relación con
las comidas, el baño y el ejercicio de la limpieza, y no según principio
abstractos. Aprende que aquellos actos que exige su madre, relacionado con
situaciones determinadas, son calificados de “buenos”. En esas ocasiones, ella
le da su aprobación y le muestra su amor o por lo menos lo libera de un apremio
o de una especie de reclusión. El negarse a comer, la suciedad, el manipuleo de
los genitales, el negarse a “cumplir su obligación” en el sanitario, todo esto
es calificado de “malo”.
Los efectos
de tales enseñanzas no desaparecerán jamás totalmente. Reaparecerán en los
desórdenes de la conducta, en la neurosis y en la psicosis, donde se
descubrirán innumerables confusiones entre la limpieza o aseo y la piedad,
entre las funciones genitales o de evacuación y la conducta mala, entre la
alimentación y el vicio sexual, etc. Para el especialista, este origen no tiene
nada de misterioso. Reside en diversas exigencias que fueron impuestos al niño
en nombre del bien y del mal, los cuales él extendió a otros dominios. Por lo
tanto, los padres son los principales intérpretes de la sociedad en la cual
vive. Ellos explican las reglas tal y como las entienden y él se adapta a ellas
como puede. Aprenderá a reaccionar de cierta manera a situaciones definidas,
después estas situaciones se generalizan en relación con otras similares o
equivalentes. Su entorno no será únicamente social, sino también intensamente
individual e íntimo.
Las
recompensas y los castigos provienen directamente de una persona, nunca de un
símbolo abstracto. De esta forma, se apropia también de una actitud de
“anticipación” fundada sobre la experiencia de la repetición, del acto
permitido que es aprobado y del acto prohibido que es castigado, aprendiendo
así, a conocer el elemento básico de la “conciencia social” en provecho de su
propia conducta. Más adelante, el gesto, la palabra o la manera de ser le
bastarían para incitar al niño a una conducta determinada, ya que despiertan
ese estado de tensión que llamamos temor o miedo. Por este medio, la estructura
fundamental de la confianza, de la desconfianza, de la duda, del consuelo, del
miedo, puede ser modelada de manera que se edifique una conducta semejante a la
de los padres.
Esto último
no siempre es premeditado ni intencional. Su objetivo puedo haber sido egoísta
y referido a lo inmediato; por ello, en última instancia, han procurado reducir
en lo posible el desagrado y la molestia causadas por el hijo, habituarlo a
respetar su voluntad, o bien, a moldearla según su propia imagen, para su
satisfacción personal, no la del hijo.
Comprobemos
que la lactancia del niño exige la cooperación de dos personas. Esta es para el
niño la primera ocasión de participar en la vida social activa, su primer
encuentro con el contacto social primordial: La madre. El género y la
intensidad de satisfacción que este contacto procura al niño determinan la
calidad de este encuentro y de los siguientes, pues las reacciones que él
aprenda a exteriorizar durante la lactancia, tendrán la tendencia a
generalizarse más tarde cuando no sea la madre quien se ocupe exclusivamente de
él. Por lo tanto, el comportamiento rutinario que el niño ha debido adoptar, lo
volverá particularmente sensible hacia ciertas experiencias e insensible a
otras.
Al considerar
la sexualidad infantil no se piensa en las relaciones sexuales, ni en el
orgasmo, sino en las fases preliminares que se manifiestan antes de la
pubertad. Sin embargo, no es equivocado asociar los primeros impulsos sexuales
a las básicas necesidades orgánicas del niño. Freud identificó el instinto
sexual del infante en el deseo impulsivo que lo lanza a satisfacer sus
necesidades elementales. Estas fases preliminares preceden con mucho a la época
en que la sexualidad, para cumplirse, se refiere al acto sexual por sí mismo. El
amamantamiento, por ejemplo, es para el niño algo más que el simple aplacamiento
del hombre, encontrando en él, un placer que tratará pronto de renovar fuera de
las horas de comida. Es un hecho sabido que el niño gusta de chuparse el índice
o el pulgar y al hacerlo se desgaja de su medio, le sube el rubor a las
mejillas y sus ojos reflejan “placer”. Esto hace, por así decirlo,
independientemente de su medio, mientras lo hace se basta a sí mismo y no tiene
necesidad de otro.
Las sensaciones
placenteras del infante no están concentradas en las zonas genitales, como lo
está el placer sexual en el adulto. Su disfrute se despierta ante todo por el
tocamiento de los orificios corporales (boca, ano, orificios de los órganos
sexuales) y de ciertas regiones cutáneas (piernas, hombros, axilas, nalgas,
pies). En el curso de la evolución del bebé su atención es poco a poco atraída
hacia los órganos sexuales, y ya en el niño de pecho puede observarse una auto estimulación
que no va acompañada ni de pensamientos ni de evocaciones sexuales. El frotamiento
de sus genitales despierta en él sensaciones agradables que constituyen una
finalidad en sí y nada más. Las sensaciones de voluptuosidad del niño se
concretan en su propia persona (autoerotismo); al contrario que la sexualidad
del adulto, no conciernen a otro. Esa preocupación, el “yo”, es una base
indispensable para preparar la otra preocupación que más tarde se concentrará
en el “tú”.
Los padres
rara vez comprenden las causas de tales comportamientos, porque no se acuerdan
ya de esos acontecimientos en su propia infancia, ignorando que se trata de
manifestaciones fundamentales de la sexualidad infantil. Según Kinsey esas
prácticas parecen perfectamente naturales a los niños y tienen origen en la
curiosidad, sin tener mayor significación. Sólo cuando los padres y los educadores
les enseñan que lo relativo a los órganos sexuales es sucio y está prohibido,
comienzan los niños a experimentar un secreto placer en tocar “el fruto
prohibido”. Por ello hemos de subrayar nuevamente la importancia de la
educación sexual, ya no sólo dirigida a los niños y jóvenes, sino
particularmente a los adultos, quienes tendrán la enorme responsabilidad de
guiar a sus hijos a través del mundo dotados de un cuerpo que quizá ellos
tampoco comprenden completamente.
*Es escritor,
asesor sobre sexualidad en la Librería El Armario Abierto de la Cd. de México y
autor de los libros Guía de Exploración Erótica y Técnicas de Sexualidad
Aplicada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario