Por Guillermo
Cárdenas Guzmán*
Hurgar en el
origen de las diferencias sexuales que hoy caracterizan a la mayoría de los
seres vivos, así como a las ventajas que esta condición implica, podrían
parecerse cuestiones obvias, pero para los científicos evolucionistas no
resultan tan evidentes.
¿Para qué
sirve el sexo? ¿Por qué existen las evidentes diferencias anatómicas que todos
conocemos entre machos y hembras? ¿Cuál es la utilidad de esta característica
en los seres humanos?. Para experimentar placer, ser apresurarían a responder
los hedonistas consumados, siempre prestos a explorar todos los caminos del
goce, o para llevar a cabo la reproducción de la especie, apuntarían las voces
más conservadoras, haciendo eco al parecer reduccionista de algunas doctrinas
religiosas. Desde luego ambas funciones –placer y reproducción—son relevantes,
pero no bastan para explicar la complejidad de la sexualidad y sus múltiples
manifestaciones que se han desarrollado hasta conformar una compleja trama
socio-cultural cuyas implicaciones van más allá de la biología, ahondando sus
raíces en el terreno de lo moral, lo simbólico, lo afectivo, lo inconsciente o
inclusive lo económico.
En efecto, el
sexo no es sólo un impulso instintivo, sino que, según su contexto cultural
puede convertirse en instrumento de represión ideológica; fuente de culpa y
remordimientos para quienes lo asocian con el pecado; expresión de amor o
traumas infantiles, demostración de poder y estatus, artilugio subliminal explotado
por las estrategias de la mercadotecnia, recurso novedoso contra el tedio y la
monotonía (en algunas parejas lo contrario) o lucrativa fuente de ganancias.
Sin embargo, desde la rigurosa óptica de la genética y la biología evolutiva,
el sentido y utilidad del sexo son todavía más difíciles de precisar, toda vez
que en la naturaleza existieron organismos que en lugar de reproducirse
sexualmente lo hacen a través de otros procedimientos mucho más simples, como
la partenogénesis o clonación (duplicación asexual, ahora tan debatida), que
les permite proliferar con rapidez. Para
aclarar este planteamiento, vale la pena señalar que los individuos se
reproducen, según las ciencias naturales es para asegurar la continuidad de su
patrimonio genético a través de sucesivas generaciones. No obstante, esta
actividad se halla sujeta al proceso evolutivo por medio del cual solo
sobreviven aquellos organismos que a través de cambios importantes en su
configuración biológica logran adaptarse mejor a las condiciones de su medio
ambiente. Desde esta perspectiva la actividad sexual basada en el intercambio
de genes a través de la unión de gametos masculinos y femeninos resulta mucho
más lenta y costosa que la clonación, pues en lugar de una simple división
celular,
requiere un complicado proceso que, para decirlo en resumen, comienza
en la búsqueda de un compañero y termina con la fecundación y el desarrollo
embrionario. Semejante consideración ha conducido a formular interrogantes
difíciles de despejar ¿Cuándo apareció el sexo? ¿Por qué la evolución se
orientó hacia esta forma reproductiva (hoy la practica el 95% de los seres
vivos), existiendo otras vías más sencillas para que los organismos se
perpetúen? ¿Cuál es la razón de que se mantenga y exista el ser humano?Mayor variabilidad genética y capacidad de adaptación, las razones.
En entrevista, el Dr. Rafael
Rico García Rojas, sexólogo genetista y miembro del círculo de expansión
sexual, explica: "que pasados unos mil millones de años desde el origen de la
vida en la tierra –que se remonta a unos 3,500 millones de años—surgió una
nueva forma de reproducción (distinta a la simple división que hasta antes
prevalecía), basada en la fusión celular y la compartición del material
genético. Este fue el evento precursor de la reproducción sexual, que ahora
continúa a través de los espermatozoides y el óvulo: una bacteria comenzó a
desarrollar un organelo, lo que ahora conocemos como falo, o piti o pene, que
sirvió de puente para transmitir el ADN (portador de la información genética) a
otra bacteria receptora que sería la hembra. En este momento se introdujo la
fusión, de la mezcla del ADN de ambas bacterias produjo una enorme riqueza de
material genético, una variabilidad que antes no existía, lo que a su vez
provocó una gran revolución, porque por primera vez surgieron organismos con
una gran capacidad de adaptación a diferentes ambientes a los cambios
ecológicos. Ahora bien, luego de esa fusión
celular (para formar una especie de sociedad microscópica) surgió lo que
llamamos protisto o protozoario, un organismo aún más complejo cuyo material
genético ya se encuentra encapsulado en un núcleo membranal, a diferencia de la
bacteria que contenía el ADN desnudo, denominado plásmido. Este protozoario
desarrolló organelos específicos para inyectar el ADN a otra célula
protozoaria, surgiendo así el dimorfismo sexual. A partir de este evento, con
las sucesivas mezclas genéticas y la asociación de bacterias (simbiosis),
siguieron apareciendo organismos cada vez más complejos, hasta llegar a los mamíferos
y por supuesto, a los seres humanos”. Para completar esta idea, vale la pena
citar a Lynn Magulis y Dorion Sagan, quienes en su libro “Danza Misteriosa”
argumentan: “Los primeros órganos con forma de pene aparecieron probablemente
en los peces o en los anfibios, cuyos antepasados se habían reproducido
únicamente por fertilización externa, desovando en las cálidas aguas de los
lagos o en el espumoso océano. Tal vez por eso, la calidez y la humedad del
acto sexual humano nos hace pensar en el ámbito de apareamiento (el agua) de
aquellos anfibios y peces predecesores de los reptiles.”
El papel del sexo en el futuro
Así pues,
puede estimarse que la principal ventaja
asociada con este mecanismo reproductor basado en dos sexos reside,
paradójicamente en su propia complejidad, pues el acoplamiento entre individuos
de la misma especie pero de diferente sexo crea una amplia diversidad genética,
la cual genera una descendencia susceptible de acomodarse mejor a futuras
modificaciones en el entorno. Es decir, la reproducción sexual amalgama genes
de dos linajes separados permite poner a prueba varias combinaciones de las
características de ambos, y aunque ese proceso produce mezclas que no son
capaces de habituarse al medio y finalmente parecen también genera otras que
consiguen propagarse hacia futuras generaciones.
Como
resultado de ello, el progreso en el desarrollo de las especies es mucho más
rápido, pero la opresión sobre los individuos que conforman cada especie
particular es mucho más severa, pues hay deficiencias que producen sufrimiento
y muerte. Visto el asunto desde ángulo, es posible concluir que hasta ahora los
seres humanos junto con muchos otros seres vivos, somos mucho más dependientes
del sexo de lo que imaginamos, pero no en un sentido peyorativo o patológico,
por cuanto este pueda tener de adictivo, ni tampoco en relación con sus oscuras
motivaciones inconscientes, sacadas a la luz a partir del psicoanálisis
Freudiano, sino por razones biológicas que a menudo son minimizadas. Asi es
pues, tal y como sucede con el origen de la vida, el del sexo sigue siendo un
tema mucho más fácil de experimentar –literalmente en carne propia—que entender
en sus distintas connotaciones.
En
consecuencia hay que contemplarlo del modo más objetivo posible como una pulsión
esencial que, pese a los obstáculos biológicos y más allá de los
condicionamientos sociales, floreció y sigue floreciendo porque con él
sobreviven las especies, pero ¿Permanecerá en el futuro? ¿Seguirá prevaleciendo
como característica o actividad reproductiva, tal como hoy se le concibe?. Para
el Dr. Rico la respuesta es negativa, pues con el surgimiento de la genética de
la reproducción, es decir, la fecundación in vitro, el diseño de embriones en
laboratorio, el diagnóstico de la carta genómica de los cigotos humanos antes
de su implantación, etc., será posible prescindir del coito como técnica
reproductiva. Esa es la tragedia, pues el
coito sigue practicándose como si fuera la fuente del placer, cuando no es más
que un instrumento reproductivo basado en los mismos principios usados por las
bacterias hace 2,500 millones de años para transmitir ADN. Por eso dejar atrás
la dimensión animal y humanizar la sexualidad mediante el erotismo y la
creatividad en cada pareja.
En el futuro la sexualidad se va a
dividir en dos grandes vertientes: la reproductiva, que será casi
exclusivamente de laboratorio (con el tiempo las parejas recurrirán a estos
sitios para fecundar, en vez de usar la cama del hotel o el coche, pues los
embarazos serán programados mediante técnicas de manipulación genética), y por
otro lado, la placentera, enfocada a la búsqueda del placer, pero sin riesgo de
contraer enfermedades, considera el experto, y vaticina: La sexualidad tenderá
cada vez más desgenitalizarse, a desligarse de las secreciones corporales, que
llevan latente el peligro de transmitir virus, bacterias u hongos patógenos,
para enfocarse a buscar un placer más sofisticado, más erotizado.
*Es
periodista y colaborador de Familia Saludable, y Muy Interesante. Obtuvo el
primer lugar en el Concurso de Reportaje 2000 Roche-Syntex.
Fuente: Revista Desnudarse, de la Dra. Anabel Ochoa.
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