Por Francisco Javier Lagunes Gaitán*
Al mismo tiempo que existe una virtual imposibilidad de
discutir formalmente la sexualidad, de manera paralela, en los rincones de esta
sociedad carente de información y aterrorizada de su propia libertad, se abren
espacios clandestinos de prácticas prohibidas. Las personas que participan en
estas prácticas son parte integrante de su sociedad y la mayoría de ellos
tiende a compartir buena parte de los mitos predominantes.
Los hombres que tienen sexo con otros hombres en estos
lugares raramente se atreven a asumir una identidad diferente de la dominante.
Muchos de ellos no viven sus prácticas como la expresión feliz de una necesidad
humana, sino como un vicio siniestro que de repente se les sale de control.
Participan en las prácticas prohibidas pero se mienten a sí mismos con
pretextos como: no sabía lo que hacía, ahora sí, ya no lo vuelvo hacer o él me
engañó.
La investigación sexológica no ha ayudado a poner en claro
que la orientación sexual de las personas, cualquiera que ésta sea, es parte de
su matriz básica de personalidad. Nadie puede contagiarse de algo que, además
de que no es una enfermedad, obedece sobre todo a condiciones tan intrínsecas
en la persona como la posible predisposición genética a sentimientos profundos,
inconscientes tenidos en la primera infancia. El miedo a la homosexualidad
puede convertirse en una enfermedad fuera de control. [en sí la homosexualidad como tal no es una
enfermedad, clínicamente, como tal]. Nuestra sociedad debe liberarse a sí misma
de este temor irracional que paraliza nuestro desarrollo y causa inmensos
sufrimientos a las personas percibidas como diferentes, a sus familiares y amigos.
La educación para la salud y la prevención de infecciones de
transmisión sexual (ITS) en estas poblaciones clandestinas es particularmente
difícil. Estos hombres participan en prácticas de riesgo como si
estuvieran viviendo un sueño privado,
incompatible con el resto de su vida, la responsabilidad, la protección, en una
palabra la conciencia de su propia persona, se estrella ante un sólido muro de
temores absurdos y prejuicios paralizantes. Para adquirir conciencia y
responsabilizarse de sus actos ellos necesitarían asumir sus prácticas,
integrarlas positivamente en su identidad personal y comunitaria.
Por si esta dificultad para la educación y la información de
salud no fuera suficiente, surgen diariamente en estas sociedades los cazadores
de homosexuales decididos a perseguir y reprimir. Empujar a un grupo de
población, con prácticas de alto riesgo, hacia una mayor clandestinidad solo
conduce a un aumento descontrolado de la epidemia del VIH, dificulta aún los
esfuerzos de educación y prevención, y constituye un crimen contra la
humanidad.
*Escritor y periodista.
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