Por: Niña Yhared*
Cuanto pinto mis labios con tinta negra
Y masturbo mis sueños en medio de la nieve
Su presencia se bifurca
Navega entre los caracoles y pirañas
Mientras hago el amor de un desconocido
En un cuarto azul de hotel
A la luz del día.
Despierto desnuda, con mis alas de mariposa extendida en
toda la cama. Abro los ojos y sólo veo mi reflejo en la luna del espejo.
Escucho a lo lejos todo tipo de murmullos y sonidos estridentes: La luz de la
mañana baña mi silueta, la envuelve entre los pliegues de la sábana y el cielo.
Me levanto, el sudor de mi cuerpo ha dejado mi cadera
dibujada en la cama. Camino lentamente hacia la ventana en un afán por
reconocer de nuevo al mundo que gira y se acelelera alrededor de mis orgasmos. Al llegar a la ventana mis pies parecen
elevarse suavemente, desprendiéndose del suelo como si por un momento pudiera
volar sobra la ciudad.
Soy penetrada. Veo pasar motocicletas, niños, automóviles, ancianos,
amantes, mujeres desoladas, aviones, globos, elefantes, rosas, grullas, aves
excéntricas, patrullas, ambulancias, unicornios y un trapecista.
El hotel azul. La habitación 502. Avenida del Sol. Siempre
es así, nuestras citas siempre son de mañana, a la hora que el mundo ya no
duerme y el tráfico despierta.
El néctar de mi amante diurno sabe a espagueti, ensaladas y
oficina. Sabe a fax, internet y computadoras.
Le pido que bese mis ojos, él dice que podría arrancármelos
y beberlos de un sorbo, como si fueran vino.
Siento el calor de su espalda
Me envuelve
Apretamos nuestro cuerpo
Respiramos aferrados a las sábanos
A la alfombra reticulada de la habitación…
Al baño de mármol blanco,
A la tina espumante y la lluvia dorada de la regadera,
Al vapor…
A las cortinas
Y al tapiz lapislázuli de las paredes.
Desnudos unimos mientras nuestros dedos colapsados ene l
fondo del abismo. Cabalgando sin cesar en el olor del amanecer que nos
envuelve.
Sin percatarnos la tarde comienza, afuera de la habitación,
de nuevo se escuchan más cláxones, niños, estudiantes, hipopótamos y
oficinistas corriendo.
Mi amante desconocido frota y muerde de nuevo mi Altar de
Venus, entre gemidos, sudor deseo, caracoles, sueños y camellos multicolores.
El sol devela nuestra pristina epidermis. ¡Tu cuerpo es
perfecto! Me dice: ¡Es de mariposa lenta que copula en altamar! Y, de pronto,
un impulso lo lleva a besar mis partes nobles con gran sagacidad. En ese
instante gritó, jadeó. El, sin mediar razón, se detiene y con estrépito me dice
que tiene que salir, en ese justo momento.
Le explico que es una locura, que no puede andar por ahí
desnudo a mediodía, que es una aberración.
¡No me importa!, dice. Lo veo salir del cuarto y bajar
corriendo las escaleras del hotel, como si en ello le fuera la vida. Aún así no
le doy importancia, la historia siempre se repite, ningún hombre pedestre
soporta por mucho tiempo la magia de una niña-mujer.
Me levanto para abrir las cortinas. Veo la enorme metrópolis
desde el séptimo piso, magestuosa, inmóvil, posarse ante mi silencio.
Regresa encolerizado. Me traga en un suspiro. No suelta
ninguna palabra. Magnéticamente me toma y se une a mis nalgas.
Deseo irme y salir volando por la ventana, así, desnuda,
despeinada, hacia alguna parte y desaparecer, como una ráfaga de viento entre
las nubes.
*Destacada artista plástico y ahora se revela como escritor.
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