Por: Dra. Anabel Ochoa
Cuando somos fetos todo está
bien, equilibrado, insonorizado. No hay hambre nunca porque la alimentación es
continua y gota a gota, tampoco sed, ni calor, ni frío porque la bolsa que nos
contiene es un aislante perfecto en el que nadamos como delfines consentidos.
Al nacer se rompe este paraíso y todo son carencias, comienzan los problemas y
las necesidades de las que hasta la víspera no sabíamos nada. El humano como
cachorro es un desastre, aunque luego sea el rey de la naturaleza. Pasará el
tiempo, mucho tiempo, demasiado a veces. No aprende a caminar en minutos como
el venado o el caballo, ni a volar en pocos meses como el pájaro. No, para
nada.
El humano tardará no menos de
dieciocho años —legalmente—junto a los padres para tratar de ser
autosuficiente, y antes de eso ni siquiera le dejarán votar para elegir su
destino político, su sociedad y sus gobernantes. Pero por tarde que sea, el
corte del cordón simbólico debe darse, aunque no siempre ocurre. Es decir que
llega un momento en que habrás de mirar hacia adelante y no hacia atrás, en que
tendrás que ser un proyecto de futuro en vez de un pasado previsto. Sin excusas
ni subterfugios.
La sexualidad con extraños (así
son las parejas inicialmente) es una herramienta para fundar una nueva familia,
distinta a la que te precede. Pero a veces uno se enferma de tanto apapacho
continuado en el tiempo, de tanto dilatar las cosas hasta confundirnos entre el
origen y el destino. Hay hombres que cambian la madre por la esposa al costo y
exigen ser amamantados: la sopa caliente, la camisa lista, el sufrimiento y la
entrega resignada de ella sin distinguir entre la compañera y la estirpe de la
que procede. Otros, peor, siguen pegados eternamente a la madre pensando que su
mujer es una extraña, fuereña y desapegada que nunca dará la vida por ellos.
Pero también hay mujeres enfermas de “mamitis” que siguen pegadas al útero del
que salieron, o con “papitis”, enamoradas eternamente del padre exigiendo a la pareja
ser aquél y no quien es, sin derecho a identidad propia para su consorte. Habrá
que saber que el cordón es por naturaleza caduco, temporal, desechable, que se
hizo para romperse y no como reliquia. Si seguimos amarrados no hay progreso en
nuestras vidas. No es lícita la autocompasión lastimera de estar llorando todo
el día porque: mi familia es disfuncional, no me quisieron, preferían a mi hermano,
me faltó orientación familiar o provengo de un medio violento. Vivir el
presente, habitar el tiempo propio al que tenemos derecho, significa poder
diseñar el futuro sin lamentos del pasado. De otro modo aquí nos atoramos. Por
si acaso —y de verdad que las palabras son peligrosas— no llames “mamá” a tu esposa
para que no te confundas, ni “papá” a tu marido, ni “mamacita” a la joven que
designas “vieja”, ni “mi bebé” aunque llore hasta los treinta años, ni “mi
hijo” a quien no lo sea. Y ojalá que nunca llegues a decir “padrote” porque eso
sí es otra cosa, ni siquiera de la familia.
Fuente:
Libro: “Mitos y realidades del sexo joven”
Autor: Dra. Anabel Ochoa
Nota adicional: Hay personas que aún con 20 ó 30 años no aprenden a tomar sus propias decisiones que siempre lo tienen que consultar con mamá o con papá, aunque ya estén casadas (os), mientras sigan siendo dependientes de sus progenitores, nunca lograrán una independencia emocional, y una estabilidad en su matrimonio o con su propia familia, por seguir teniendo "mamitis" o "papitis"; en ocasiones esto conlleva a muchos problemas entre las parejas, propiciando en ocasiones separaciones, por el simple hecho de no querer "cortarse" ese cordón umbilical de su familia que le antecede. Tienes que aprender a ser independiente y a tomar decisiones propias, que sean buenas o malas, serán las mejores porque las han tomado de manera independiente por el bien de la pareja.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario