viernes, 28 de agosto de 2015

El cordón umbilical: una cadena ancestral pendiente de corte

Por: Dra. Anabel Ochoa
Cuando somos fetos todo está bien, equilibrado, insonorizado. No hay hambre nunca porque la alimentación es continua y gota a gota, tampoco sed, ni calor, ni frío porque la bolsa que nos contiene es un aislante perfecto en el que nadamos como delfines consentidos. Al nacer se rompe este paraíso y todo son carencias, comienzan los problemas y las necesidades de las que hasta la víspera no sabíamos nada. El humano como cachorro es un desastre, aunque luego sea el rey de la naturaleza. Pasará el tiempo, mucho tiempo, demasiado a veces. No aprende a caminar en minutos como el venado o el caballo, ni a volar en pocos meses como el pájaro. No, para nada.
El humano tardará no menos de dieciocho años —legalmente—junto a los padres para tratar de ser autosuficiente, y antes de eso ni siquiera le dejarán votar para elegir su destino político, su sociedad y sus gobernantes. Pero por tarde que sea, el corte del cordón simbólico debe darse, aunque no siempre ocurre. Es decir que llega un momento en que habrás de mirar hacia adelante y no hacia atrás, en que tendrás que ser un proyecto de futuro en vez de un pasado previsto. Sin excusas ni subterfugios.
La sexualidad con extraños (así son las parejas inicialmente) es una herramienta para fundar una nueva familia, distinta a la que te precede. Pero a veces uno se enferma de tanto apapacho continuado en el tiempo, de tanto dilatar las cosas hasta confundirnos entre el origen y el destino. Hay hombres que cambian la madre por la esposa al costo y exigen ser amamantados: la sopa caliente, la camisa lista, el sufrimiento y la entrega resignada de ella sin distinguir entre la compañera y la estirpe de la que procede. Otros, peor, siguen pegados eternamente a la madre pensando que su mujer es una extraña, fuereña y desapegada que nunca dará la vida por ellos. Pero también hay mujeres enfermas de “mamitis” que siguen pegadas al útero del que salieron, o con “papitis”, enamoradas eternamente del padre exigiendo a la pareja ser aquél y no quien es, sin derecho a identidad propia para su consorte. Habrá que saber que el cordón es por naturaleza caduco, temporal, desechable, que se hizo para romperse y no como reliquia. Si seguimos amarrados no hay progreso en nuestras vidas. No es lícita la autocompasión lastimera de estar llorando todo el día porque: mi familia es disfuncional, no me quisieron, preferían a mi hermano, me faltó orientación familiar o provengo de un medio violento. Vivir el presente, habitar el tiempo propio al que tenemos derecho, significa poder diseñar el futuro sin lamentos del pasado. De otro modo aquí nos atoramos. Por si acaso —y de verdad que las palabras son peligrosas— no llames “mamá” a tu esposa para que no te confundas, ni “papá” a tu marido, ni “mamacita” a la joven que designas “vieja”, ni “mi bebé” aunque llore hasta los treinta años, ni “mi hijo” a quien no lo sea. Y ojalá que nunca llegues a decir “padrote” porque eso sí es otra cosa, ni siquiera de la familia.

Fuente:
Libro:     “Mitos y realidades del sexo joven”

Autor:     Dra. Anabel Ochoa

Nota adicional: Hay personas que aún con 20 ó 30 años no aprenden a tomar sus propias decisiones que siempre lo tienen que consultar con mamá o con papá, aunque ya estén casadas (os), mientras sigan siendo dependientes de sus progenitores, nunca lograrán una independencia emocional, y una estabilidad en su matrimonio o con su propia familia, por seguir teniendo "mamitis" o "papitis"; en ocasiones esto conlleva a muchos problemas entre las parejas, propiciando en ocasiones separaciones, por el simple hecho de no querer "cortarse" ese cordón umbilical de su familia que le antecede. Tienes  que aprender a ser independiente y a tomar decisiones propias, que sean buenas o malas, serán las mejores porque las han tomado de manera independiente por el bien de la pareja.

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