Por: Dra. Anabel Ochoa
Somos
animales racionales, pero animales a fin de cuentas. Por más que nos empeñemos
en pensar todo el rato, somos herederos de un instinto animal que busca su
reivindicación a cualquier precio y se infiltra a manera de sentimiento en
nuestros pensamientos. Lo animal no pretende precisamente el romanticismo, ni
las cortinas, ni el microondas, ni canciones o anillos de compromiso, ni viajar
juntos por el mundo. Lo animal se conforma con sobrevivir, pero en el sentido
genético de toda la especie y no sólo en lo personal. Esto quiere decir que
tenderá a reproducirse para que tus genes sobrevivan a tu muerte y seguir en
cierto modo celularmente vivo. Y lo hará, instintivamente, con buenos
especímenes de tus congéneres.
De modo
que, más allá de quién es bello o bella según la moda, por encima de quién te
conviene según tu padre o la vecina, a pesar de ello el impulso animal del
varón sentirá inconscientemente atracción hacia los pechos generosos, las
caderas amplias, el cuerpo sano y prometedor de una hembra que parezca capaz de
gestar, amamantar y soportar la tarea
que lo impulsa.
Podríamos
pensar que en las mujeres ocurre algo parecido, es decir que su instinto las
llevaría hacia un varón musculoso, de dientes perfectos y cuerpo fuerte. Pero aquí
las interferencias son más grandes. Mientras que el varón sigue preso del
instinto primario hacia la hembra conveniente para que cueza físicamente a sus descendientes,
sin embargo la mujer hace tiempo que sabe que de nada sirve la ostentación
musculosa de gimnasio, sino más bien el dinero para mantener a sus hijos aunque
sea un enclenque.
Inevitablemente
en esta atracción operan sobre nosotros los prototipos culturales de lo
“adecuado” que cada grupo destaca como valioso: la ropa, el estilo, el nivel
social y/o cultural, la manera de ser, la expresión y sus modales; a su vez
todo ello influido por el cine, la televisión, la prensa, como ideales que
afectan al sistema general de elección de cada individuo, lo que llamamos “malinchistamente”
sex appeal. Ella tal vez se sienta atraída por garantías distintas al aspecto
físico, como el dinero por ejemplo. El macho que necesita como pareja ya no es
un cazador que trae presas sino un trepador en la jungla de concreto que
consigue cheques.
Hoy en
día es muy dispareja la atracción entre los sexos. Ellos siguen viendo los
atributos físicos de la hembra, mientras que ellas parecen buscar en el macho detalles
como el auto y la chequera antes de fijarse si es calvo o barrigón. Pero de los
inconvenientes de esta ceguera en ambos sentidos hablaremos más adelante en los
temas de la pareja y de las feromonas.
De
cualquier modo la atracción primera, lo que llamamos “química” tiene que ver
con un saber del inconsciente del que ni siquiera sabemos en la conciencia. Esta
fascinación procede de un gen de supervivencia de la especie que piensa más que
nosotros mismos. Pero de plano no quiere decir que este olfato de atracción irresistible
sea una garantía como humanos; si fuéramos fieras estaría solucionado y no
tendría caso darle más vueltas. De seguro no necesita un cazador “tarzanesco” que
le traiga venados a la puerta. Hay otras cosas que pretendemos al ser
sofisticados, más allá de comer o reproducirse como consuelo frente a la
muerte. Queremos insidiosamente: compañía, solidaridad, ternura, fraternidad, consuelo,
apoyo, duración, fidelidad, compromiso, garantías, futuro, sueños, proyecto,
etc. Por eso en el humano las cosas animales se complican, sin remedio, para
bien y/o para mal. Ni modo que nos lamentemos.
En la
juventud muy temprana es fácil que se presente el llamado “amor platónico”
donde se idealiza a la persona amada sin pretensión sexual. Es el amor a distancia,
a veces incluso sin haber tenido contacto con el otro o la otra, el amor puro,
ideal, carente de vínculos corporales. Para empeorar el asunto, a la hora de buscar
pareja emergen inevitablemente los traumas de la infancia, por exceso o por
carencia, da lo mismo. La mujer enamorada de su padre a nivel simbólico tratará
de reproducirlo y exigirle al otro que sea ése a cualquier precio: si lo tuvo
porque lo tuvo y le falta; si le faltó porque no estaba; si lo odia porque lo
rechaza; si lo anhela porque lo invoca a través de una pareja con descaro. El maldito
complejo de Electra persigue a la
mujer hasta sus últimas consecuencias.
El hombre
no mejora las cosas en este sentido: la madre santa provoca buscar una esposa
virgen para reproducir hijos y aparte una amante lúbrica para el placer; hasta
que también convierte a ésta en madre y debe buscar una tercera, atrapado en un
cordón umbilical que es incapaz de cortar; el
complejo de Edipo nos habla del tabú del incesto y los problemas para
resolverlo.
Cuidado
con esto, o de otra manera sólo repetimos traumas y nos perdemos lo nuevo y el
tiempo de observar al otro: el diferente y extraño que nos redime de la
neurótica novela familiar, en vez de repetir la misma historia sin progreso
alguno.
Fuente: "Mitos y realidades del sexo joven"
Autor: Dra. Anabel Ochoa
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