Por Dra. Anabel Ochoa
Hay una
época inicial y temprana en los jóvenes, hombres y mujeres, en la que
naturalmente empiezan a circular las hormonas sexuales por la sangre y todo
cambia. La niñez se despide del cuerpo y las formas anatómicas anuncian una
metamorfosis tremenda. Aparecen pelos en las axilas y en el pubis, ralos,
solitarios e inexplicables aún. El sudor se hace rancio y feroz. El rostro
fabrica granos que atormentan la imagen que muta y muta sin permiso amenazando
la autoestima. Un día crecen los brazos y queda la manga corta; mañana el
pantalón y pareces un idiota con los jeans de la víspera. Luego el cuello, el
perímetro de la cabeza, las facciones, incluso hasta desconocerte en un
retrato. Cotidianamente eres un engendro desproporcionado, que cambia a pedazos
sin advertencia previa. En verdad es tremendo. A ellas se les abultan los senos
y amplía la cadera, les viene la regla con toda su parafernalia. A ellos se les
engruesa la voz entre dramáticos “gallos” que los avergüenzan, se les oscurece y
agranda el pene, amanecen erectos con frecuencia haciendo de la sábana una
tienda de campaña, o sufren de una penosa polución nocturna. Aparece con fuerza
el ardor por el otro, por la otra, por el sexo aunque sea en sus formas más
inocentes. La misma niña que hasta la víspera despreciaba a los varones por
brutos, resulta que ahora sueña de pronto con uno de ellos creyéndolo el
“príncipe azul” de sus fantasías.
El mismo niño que hasta la semana pasada se
reía de las hembras por tontas y melindrosas, ahora sin embargo pierde su
respiro por la fémina que lo enamora, pero no dice nada ni se atreve a
acercarse. Un simple beso —o la posibilidad de darlo— hace hervir la sangre
hasta sacar humo por la cabeza. El “faje” es un anhelo obsesivo, un reto para
quien lo consigue por sus dotes precoces y donjuanescas.
Aquí la
diferencia educacional de géneros es importante. Curiosamente la chava está
condicionada para evitarlo porque le dijeron que no debe ser una “chica fácil”,
que “todos quieren lo mismo”, como si no tuviera que ver con ella el sexo, como
si sólo fuera un peligro, una demanda del otro que no promete nada a cambio en
esta época: lo “cualitativo” es lo que importa en su educación femenina. El
chavo —al contrario— está obligado a presumir de conquistas, a despreciar a las
que “se dejan” y anotarlas “cuantitativamente” en una agenda viril que lo reivindique
como válido entre los otros machos de la manada, condenado a disimular incluso
el amor sensible para no perder puntos de varón en la batalla como parte de su
educación masculina. En este momento es fácil que la sensación corporal nueva,
inusitada, sorprendente, se mezcle con el “amor” del que tanto nos hablaron
previamente.
Una
caricia intensa, un placer con el cuerpo del otro, se confunde con aquella vieja
pretensión humana de no estar solos y ser amados. No es raro identificar erróneamente
las manos que propician este placer con la persona que conviene. La excitación
se confunde con el portador del cuerpo que la procura. Es difícil distinguir y
elegir en esta etapa. Aquí algo anda mal.
Resulta
que eres joven, irresponsable e inmaduro, y por tanto te niegan la información
sexual; sin embargo es el momento en que más falta te hace porque la inquietud por
el sexo confunde tu vida, y nadie te apoya, no hay quien responda a tus dudas.
La gente que te rodea está colgada de la historia de un mundo que no es éste,
de una mentalidad repetida que no funciona en el presente.
Ya no es
así y habrá que valorar, adecuar y entender otras cosas. No se vale recordar a
cualquier precio mundos desaparecidos, sobre todo porque nos dejan fuera en este
presente y nos llevan por delante “entre las patas”. Sólo te pido que en este
rato no confundas lo fisiológico con lo lógico, el ardor con el amor, y este
mensaje va especialmente dirigido a las mujeres que por su cultura de “guardarse”
—sin saber exactamente qué están guardando—llegan a conclusiones tan erróneas
como identificar la calentura con el amor. Un beso intenso en la boca las vuelve
locas de pasión, y llegan a decir cosas como: estoy enamorada porque sentí algo
tremendo. Amiga —¡con la pena!—esto lo siente el cuerpo sin más, aunque sea con
el primer idiota que se cruza en tu vida, es natural; la pareja para amar y ser
amado se decide más profundamente.
Puedes
sentir excitación tremenda con el peor tipo del mundo que besa muy bien y hace
circular tus hormonas, con el mago de la boca que, sin embargo, no te conviene para
nada. El beso lo siente el cuerpo, con cualquiera tal vez; la pareja la decide
la mente pensante sabiendo que la hormona excitada y placentera no es magia, es
natural, y aquí no vale la firma del protagonista sino lo que tú elijas, y
puedes hacerlo sin duda.
Lo ideal
sería dedicar el tiempo de la adolescencia a probar, sentir, vivir como un
degustador las almas y los cuerpos ajenos, sin compromiso de tener que adivinar
y sin la amenaza de que el primer supuesto amado sea una elección definitiva
para el resto de tu vida. En esta etapa a veces se deciden parejas precipitadamente
y no aprovechamos el lujo que supone la adolescencia.
Tal vez
tampoco podrás ser altamente promiscuo en este espacio —pero sobre todo en este
tiempo— por varias razones que te enumero:
1) se
pasaron los años sesenta del “amor libre” a cualquier precio;
2) existe
el sida y varios cientos de otras enfermedades venéreas;
3) pero
sobre todo no tienes en esta etapa la información suficiente para prevenir un
embarazo no deseado, y eso sí que es un grave error.
No es
culpa tuya. Si la sociedad te informara honestamente y a tiempo —antes de ahora
por supuesto—, entonces de seguro que cambiaban las cosas.
De
cualquier modo, después de aprovechar la adolescencia, viene la revisión de
otras cuestiones entre ambos sexos que quedaron pendientes en la blanda sesera de
la infancia y que te están condicionando. Repasa un poco...
Fuente:
Libro: "Mitos y Realidades del Sexo Joven"
AutorÑ Dra. Anabel Ochoa
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