Por. Francisco Javier Lagunes
La paja
en el ojo ajeno y la viga en el propio
No es
raro escuchar en pláticas entre hombres de una edad y posición social
semejante, cosas así como: “Yo una vez tuve sexo con un homosexual”. No por
escuchar algo así muy frecuentemente puedo dejar de sorprenderme, pues se
supone que para que haya una práctica homosexual ¿Por qué aventarle nada más a
un lado toda la responsabilidad de este asunto? Como la gente suele considerar
que tener sexo con alguien del mismo sexo de uno es algo malo (¿Malo para
quién?), es común que no se quieran hacer responsables de sus actos
homosexuales. Parafraseando la sabiduría de Sor Juana Inés de la Cruz podríamos
decir: Hombres necios que acusáis al homosexual sin razón, sin ver que sois la
ocasión de aquello que criticáis.
De hecho
en la experiencia de muchos gays que son detectados como tales y sometidos al
escarnio y las burlas por parte de otros de su edad, no es raro que, en corto y
cuando nadie más los observa, algunos de los que más se burlan de ellos les
hablen muy amablemente para proponerles uno de esos acercamientos de los que
tanto se burlan. Por ello tampoco es raro que algunas mamás consentidoras
acusen convencidas al “jotito del barrio” o a la “vestida” travesty, gay) de la
esquina de pervertir a sus bodoquitos (aunque
tengan más de 20 años de edad los inocentes querubines). No cabe duda
siempre es fácil linchar (moral o
materialmente) al primero que pase, agarrarlo de chivo expiatorio de mis
propias tendencias que no puedo aceptar, que admitir sinceramente mis propios
gustos diferentes a lo que se espera de mí.
En los
debates sobre la homosexualidad no es raro escuchar que algunos digan: “El
hombre y la mujer son hechos el uno para el otro y por eso los homosexuales no
deben existir. Este argumento es realmente débil; los hombres homosexuales son
hombres perfectamente normales y las lesbianas con mujeres perfectamente
normales también, el hecho de que un hombre ame a otro hombre no lo expulsa del
género masculino –y mucho menos de la especie humana—. Por otra parte, limitar
toda la riqueza de la sexualidad humana y querer reducirla a su aspecto
exclusivamente reproductivo sería un despropósito gravísimo.
Una de
las posibilidades que nos da la sexualidad humana es, efectivamente la
reproducción, sin embargo, construir una pareja estable, desarrollar una
relación humana profunda que nos acerque al crecimiento individual y compartido
no es un asunto que pueda reducirse a la biología reproductiva. ¿Acaso no puede
existir amor del bueno en una pareja en la que uno o ambos integrantes son
estériles (no pueden tener hijos)?, ¿Acaso las personas que ya pasaron por su
edad reproductiva deben olvidarse del amor y de la vida sexual? Si tu respuesta
es que la imposibilidad reproductiva no cierra el camino del amor, estarás de
acuerdo en que las parejas homosexuales
pueden acceder también, de la misma manera, al amor. Además algunas
estimaciones serias nos hablan de que, por cada persona que existe actualmente,
hubo uno mil coitos (relaciones sexuales penetrativas). Esto quiere decir, que
solamente uno de cada mil coitos resulta en la reproducción biológica de un
nuevo ser; o sea que en la realidad el sexo reproductivo es una porción ínfima
del amplio mundo de la sexualidad humana.
Por lo
demás, me parece de lo más asombroso que, siendo tan amplias y radicales las
diferencias físicas, biológicas, psicológicas y de género entre hombres y
mujeres, pueda haber una buena comunicación y comprensión entre personas con experiencias
tan opuestas. En cambio, el que entre hombres o entre mujeres se entiendan, no
parece, en principio, motivo de extrañeza.
Dado que
este tema nos produce sentimientos tan fuertes y conflictos personales y
sociales tan frecuentes, una pregunta parece saltarnos inmediatamente ¿Si
siempre ha habido personas con prácticas homosexuales, cómo han sido sus vidas
y la actitud de las otras culturas y sociedades hacia ellas?.
La
homosexualidad, ¿Descubrimiento o invención?
La homosexualidad
se entiende actualmente como una orientación permanente del deseo sexual (es
decir, del deseo erótico, pero también de la afectividad) hacia una persona del
mismo sexo. Esto quiere decir que no hablamos de una práctica sexual ocasional
(aunque puede ser más o menos satisfactoria), sino de una tendencia estable
preponderadamente de la persona. Este concepto de la homosexualidad es
relativamente nuevo en la historia.
La primera
vez que se utilizó esta palabra con el significado que ahora le damos fue en la
Federación del Norte de Alemania en 1869, Karl María Kerheny (1824-1882)
intervino en el debate sobre si se debía mantener en el código penal prusiano
el castigo a las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo. Antes de
esta fecha no existía el concepto moderno de homosexualidad como algo inherente
e inamovible de la personalidad. Así que podemos afirmar que ningún documento
anterior a 1869 prohibía la homosexualidad como tal, sino que solamente se
refería a algunas prácticas sexuales específicas entre gente del mismo sexo,
pero no al sentimiento permanente de atracción erótica y afectiva hacia la
gente del mismo sexo.
Si volvemos
al argumento común de los debates actuales sobre la homosexualidad, pero
expresado en forma de frase religiosa. Cuando se dice Dios hizo a Adán y a Eva,
el uno para el otro, pero no a los homosexuales, si su fuente es la Biblia o el
Corán, recordemos que fueron escritos muchos años antes de 1869, por lo tanto
no existía el concepto moderno de homosexualidad. Es decir, que nos encontramos
en un falso debate ya que estamos hablando de cosas distintas con la misma
palabra. Por lo demás ¿Acaso los homosexuales no son hijos de Dios?.
Por ejemplo,
en los idioma griego (en el que se escribieron los Evangelios) y el Latín, ni
siquiera existe una palabra que pueda traducirse por homosexual, ya que las
categorías con las que manejaban su sexualidad eran muy distintas a la de la
sociedad actual. Cada sociedad y cultura se da los valores que necesita para
regular satisfactoriamente su vida social. En las sociedades en las que el
contacto sexual entre personas de un mismo sexo no es algo que defina a un
grupo cerrado o diferente de personas sería imposible pensar en los
homosexuales como se entienden en nuestra sociedad. En muchas culturas el
erotismo entre personas del mismo sexo formaba parte de la experiencia sexual
normal de todos los miembros de la sociedad. Esas culturas no podrían concebir
la homosexualidad como un atributo personal de algunos, como lo hacemos
actualmente después de Kerteny.
El mundo
Grecolatino
Si alguna
vez leíste esa obra maestra de la literatura antigua griega que es la Ilíada de
Homero, y si tuviste la suerte de que fuera una traducción profesional moderna
y no una versión infantil censurada, tal vez te hayas dado cuenta de que el
valeroso guerrero aqueo Aquiles fue asesinado al intentar vengar la muerte de
su amante, el también guerrero Patrocio. En el relato épico de Homero, Aquiles
es castigado por alguna clase de pecado (idea extraña al pensamiento griego
arcaico), sino al contrario, es enviado a las islas de los bienaventurados por
su valor.
El famoso
mito platónico narrado en su Diálogo, El Banquete, que ha llegado deformado a
nuestros días como la iconía de la media naranja, es un ejemplo interesante. Según
este mito, la humanidad original era demasiado perfecta y todos tenían la forma
de esferas. Un castigo de los dioses para evitar el exceso de la perfección
humana dividió cada esfera en dos partes, y nos condenó a vivir así, buscando
la mitad que nos complete. Platón sostiene que muchos hombres buscan como su
complemento a una mujer (llamada en este caso amor común), pero que los hombres
de espíritu más elevado son los que buscan a otro hombre para completarse (este
era para él un amor celestial).
La sexualidad
de los hombres en la Grecia clásica, era una especie de bisexualidad
reglamentada. Para procrear hijos el matrimonio era la institución obligada,
pero además podían tener prácticas sexuales con otros hombres, sin que ello les
quitara la respetabilidad. Las relaciones sexuales entre hombres no sólo se
toleraban sino que se celebraban como un
complemente necesario al sexo reproductivo. Sin embargo, hay que evitar una
visión excesiva e idealizada de la
sexualidad griega, que se basaría en lo que quisiéramos para nosotros hoy y que
en la investigación histórica se exige sobre la mentalidad con la que los
griegos construían su experiencia.
La sexualidad
griega y romana estaban centradas en la idea de la reciprocidad e igualdad
sexuales (a diferencia de nuestra cultura actual), sino en la idea de
dominación. La relación sexual entre hombres consistía en un hombre mayor
activo y un hombre menor pasivo. El mayor disfrutaba con esta actividad, pero
no se esperaba que el menor lo hiciera. Entre los griegos el mayor era llamado erastes y el menor eromenos. Si bien la pasión era la principal motivación del erastes,
en el caso del eromenos había
diferentes motivaciones: sentirse deseado, cumplir con un ritual necesario para
el posterior reconocimiento como hombre adulto, mejorar sus posición social,
etc.
Si alguien
se salía de las reglas de la sociedad también era motivo de burlas y sarcasmos.
Si bien es cierto que filósofos como Bión y Zenón, así como Alejandro Magno (el
mayor conquistador de todos los tiempos, que derrotó a los persas y unificó su
mando el mundo de su tiempo) eran conocidos por su interés exclusivo por
hombres y nadie los criticó por ello en su época, en cambio el emperador romano
Julio César era objeto de innumerables
burlas por el hecho de desempeñar el papel pasivo que correspondería a alguien
de edad menor que él.
América
precolombina
Cuando los
españoles llegaron a lo que hoy conocemos como Veracruz expresaron su sorpresa
y rechazo por lo extendido de ciertas prácticas sexuales entre hombres por
parte de los totonacas. Si bien entre los aztecas existía una prohibición
completa (bajo pena de muerte) del sexo entre hombres, otros pueblos tenían una
visión diferente sobre este asunto. Los conquistadores europeos, utilizaron el
llamado pecado nefando como una justificación para el expolio de las tierras y
riquezas indígenas. Durante el S.XVI aplicaron la pena del aperreamiento
(asesinar a los indígenas con jaurías de perros galgos) contra las comunidades
indígenas a las que querían despojar de sus tierras. Solo tenía que declarar
alguien que había visto el pecado nefando y el aperreamiento de los indígenas
quedaba justificado formalmente. Por si no fuera suficiente con estos
asesinatos y con las epidemias que trajeron los europeos atribuyeron además con
un supuesto castigo de Dios, impuesto debido a la pretendida sodomía de los
indígenas.
Actualmente
en algunas culturas indígenas no
solamente se respeta a los hombres que no se casan que tienen relaciones sexuales con otros
hombres sino que en algunos casos estas personas son reverenciadas como
intercesores privilegiados ante la divinidad. En la cultura zapoteca, existe
todavía (aunque tiende a desaparecer, como la mayoría de los rasgos culturales
tradicionales) la institución del mushe.
El mushe
es un hijo varón, generalmente el menor, de quien no se espera que se case sino
que se dedique a cuidar a los padres en la vejez; por ello, obviamente no es
rechazado por éstos, sino que tiende a ser el hijo consentido. Del moshe se
espera que desempeñe un rol sexual pasivo.
En diversos
grupos indígenas de Norteamérica se asigna un rol femenino a los hombres que
manifiestan su interés por asumirlo, y esto es así en lo que se refiere a su
vestimenta y obligaciones. Los hombres de estos grupos prefieren formar pareja
con un bendache (nombre que le dieron los misioneros franceses del S. XVIII)
que con una mujer, antes dicen que “son
más hacendosos”. Esto no es poca cosa en las culturas de cazadores,
recolectores, elementos fundamentales de su calidad de vida y de su
alimentación dependen de la habilidad de la mujer para recolectar y elaborar
instrumentos. También existen las mujeres bendaches, que desempeñan funciones
masculinas, fabrican armas y cazan. En estos pueblos no se considera que un
hombre que tuviera sexo con un bendache fuera homosexual, ya que los bendaches
son considerados como mujeres, o como un tercer sexo, por ello, tener sexo con
ellos no es tener sexo entre hombres en su cultura. Un bendache no podría tener
sexo con otro bendache ya que esto sería visto como tabú, es decir, como una
forma de incesto. Las mujeres bendaches también tenían esposas o compañeras
duraderas.
En el
mito de la creación navajo, un hombre y una mujer viven en un mundo difícil e
infeliz hasta que dos gemelos, el niño Turquesa y la niña Concha Blanca, los
primeros bendaches, les enseñan a cultivar, a hacer cerámica, canastos y otros
artefactos con hachas de piedra. Algunos pueblos creen que si un guerrero trata
de que los bendaches cambien su vestimenta y condición especial, espíritus
enfadados castigan a la comunidad y mueren muchas personas.
Ritos de
iniciación
En muchas
culturas existen diferentes rituales, que tienen la finalidad de marcar una
diferencia decisiva entre una etapa y otra, o entre el dentro y el afuera de
una institución. En nuestra sociedad existen también ritos de paso, por
ejemplo, las novatadas escolares, los castigos disciplinadores a los reclutas
del ejército o en las cárceles, etc.
De particular
importancia son los rituales que marcan la salida de la infancia y el ingreso
al mundo de los adultos; la mayoría de las culturas no se enrollan inventando
el estado intermedio de la adolescencia como nosotros.
Varios pueblos
melanesios (del griego: melas, negro, nesio, islas), especialmente los sambios
de las montañas de Papúa-Nueva Guinea
eran comunidades guerreras que valoraban sobre todas las cosas los atributos de
la masculinidad. Ellos creían que la feminidad se desarrollaba de manera
espontánea, pero no así la masculinidad. Desde los ocho años separaban a los niños
de su madre y de las niñas y se iban a vivir con otros chicos jóvenes. Durante el
periodo de iniciación se les sometía a ayunos sagrados rituales, para
purificarlo eliminando la esencia femenina que se consideraba nociva. Ellos atribuían
el desarrollo del vello, la voz, etc. Al contacto de los jóvenes con el semen de
los adultos. En su visión del mundo era indispensable que los chicos recibieran
el semen (oral o analmente, siguiendo estrictamente las reglas del grupo)
durante varios años para transmitirles la fuerza y el valor viriles. Esta práctica
se ha clasificado como homosexualidad transgeneracional porque se da entre los
adultos y púberes, pero otra clasificación interesante es la de bisexualidad
secuencial, por el hecho de que mientras maduran, todos los hombres tienen una
etapa de práctica homosexual exclusiva, pasando luego a tener una vida
predominantemente heterosexual (con gente del sexo diferente al suyo).
Este es
un excelente ejemplo en el que no podríamos utilizar, sin más ni más, nuestro
concepto de homosexualidad de Keribeny, ya que no estamos ante un atributo
estable de un individuo, sino ante el patrón temporal de conducta que se
abandona siguiendo un calendario predeterminado por su cultura. Además de
ritual, esta actividad también tiene un significado erótico, ya que los adultos
se excitaban y bromeaban sobre los chicos especialmente atractivos que
preferían.
Se observó
que aproximadamente un 5% de los hombres sambios se desviaban de lo que se esperaba
de ellos. Algunos hombres, eran conocidos por su escaso interés en las
actividades homosexuales, y otros por el contrario, mostraban un interés
demasiado elevado por las prácticas sexuales con otros hombres.
Algunas lecciones
de otras culturas
El ejemplo
de las costumbres del pueblo sambio demuestra que el sexo con otros hombres no
es nada parecido a una enfermedad contagiosa; todos los hombres tenían sexo con
otros hombres por algunos años y sólo una pequeña minoría prefería el sexo con
otros hombres en la edad adulta. Aunque en su cultura no se pensaba siquiera
que alguien pudiera ser señalado como diferente por ello.
En diversas
culturas del Mediterráneo (celtas antiguos, sirios, sumerios, hititas, etc.)
había ciertas prácticas rituales que incluían las relaciones sexuales con
prostitutas y prostitutos sagrados en los templos de religiones pre-cristianas. Estas
prácticas de veneración a diversas deidades eran comparables al sacrificio de
animales o las ofrendas del incienso. De hecho muchos pasajes bíblicos que se
han interpretado erróneamente como prohibiciones de la homosexualidad, en
realidad son prohibiciones de estas prácticas idólatras.
Cuando la Biblia les prohíbe
a los judíos participar en la idolatría de la prostitución sagrada de los
cananeos, lo que es abominación es cualquier forma de idolatría, pero no se prohíbe
amar auténticamente a alguien del mismo sexo (y no puede prohibir esto, porque
no se sabía que las personas pudieran presentar semejante atributo permanente e
inherente).
Concluyamos recordando las palabras de David hacia Jonatán: “Estoy afligido por ti, Jonatán, hermano mío; tú me has sido muy estimado. Tu amor fue para mí más maravilloso que el amor de las mujeres (2ª. Samuel 1:26).
Concluyamos recordando las palabras de David hacia Jonatán: “Estoy afligido por ti, Jonatán, hermano mío; tú me has sido muy estimado. Tu amor fue para mí más maravilloso que el amor de las mujeres (2ª. Samuel 1:26).
Fuente: Revista Desnudarse, de la Dra. Anabel Ochoa
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