Por: Dra. Anabel Ochoa
La
sexualidad humana es más compleja que la animal solamente porque pensamos más
al respecto, porque le buscamos las vueltas, como a todo lo que emprendemos
evolutivamente en nuestras vidas si querer limitarnos al instinto primario o a
la naturaleza misma. A ti te toca parte de esta tarea sin remedio.
Ser joven
es un compromiso para pensarlo todo, para cambiar y sanear lo que no te gusta,
y por supuesto ahí está –en lugar de honor—el sexo. Si no lo haces, otros lo
harán por ti. ¿Les dejamos o nos quejamos? Tú decides.
El humano
lo modifica todo precisamente para marcar la diferencia y distinguirse de las
víctimas de lo automático: agricultura que no depende de las estaciones
espontáneas; vestidos en vez del natural pelo que nos quitamos; las ruedas de
los coches en vez de las piernas limitadas; la casas en vez de la cuevas; y así
eternamente en cualquier parcela de lo que emprendemos.
De la
misma manera en lo sexual os gusta que otras especie en celo obligado
primaveral marquen la diferencia para con nuestro quehacer erótico. Nada del
calor exclusivo antes del verano. El humano es el único animal dispuesto a
tener relaciones sexuales 365 días al año y 24 horas al día, excitado
permanente, independientemente de la estación y la época en cualquier
continente. ¡Ojo!, dije “dispuesto” nada más, no significa que lo cumplas
forzosamente; no te conflictúes porque a la hora de los hechos tampoco es para
tanto. Pero sí son las teorías y meceré la pena jugar con ellas para pensar lo
máximo, no lo mínimo (de eso hablaremos luego).
La
sexualidad humana sirve para dos cosas fundamentales: para reproducirse y para
el placer. En cuanto a procrear hijos, los encuentros sexuales de la actualidad
son bastante limitados para este fin: entre dos y tres hijos en toda tu vida de
media estadística. Teniendo en cuenta que el sexo solo se ejerce desde la
adolescencia hasta la senectud con un promedio de dos veces por semana,
entonces resulta que el factor “placer” ocupa más tiempo del que imaginábamos
en esta tarea. De hecho ocurren miles de coitos en nuestra vida personal que no
tienen que ver con lo reproductivo y sí con el ardor sexual. Entonces, seamos
sensatos y hablemos de la sexualidad humana tal como es y no como reportaje de
veterinaria.
Hablemos
del erotismo, arte del sexo inventado por esta especia a la que pertenecemos.
El sexo es un instinto más en nosotros, una pulsión automática como el comer o
el dormir. Pero resulta que el humano es el único animal de la naturaleza que
modifica los instintos, que los reordena, reinventa, resignifica, regula,
decora, que los adapta a sus intereses vitales porque es capaz de ejercer la
voluntad sobre ellos.
Nuestra
especie no es presa solamente de la pulsión primaria sin remedio; no devora
presas para saciar su hambre sino que inventa el arte de la gastronomía, la
cocina, la combinación de sabores, la dietética, la nutrición razonada o
manjares. Al niño no le permitimos que muerda el alimento sin sentido sino que
tratamos de que coma lo que le conviene y nutre, y de una manera adecuada para
que no resulte agresivo al resto de los congéneres en cuanto a devorar,
usurpar, eructar o emitir gases, por naturales que sean. Lo mismo debe ser el
sexo. Un instinto educado que puede acomodarse a cuándo, cómo, dónde y con
quién, de la manera correcta para que el individuo se realice en sus impulsos
sin molestar al resto.
Este
pensamiento tan sencillo a veces parece una quimera imposible entre nosotros.
Resultamos ridículos a nivel sexual. Educamos la “pipí” y la “popó” para que no
irrumpan a destiempo, también las horas de sueño, la comida…pero del sexo nada.
No se vale.
La
sexualidad humana es un don y un derecho de todos nosotros. Cuando se oculta,
cuando se calla, se convierte en una bomba de tiempo que estalla por donde
menos los esperas. ¿Por qué no adecuarlo como el resto de los instintos para
que sea llevadero, para que se ejerza con placer –que es una de las misiones—y
no de manera siniestra y oculta como si tuvieras que ser un delincuente contigo
mismo o con el otro? Hay un buen sexo, maravilloso: todo es cuestión de darle
el lugar que merece en esta vida.
El
encuentro sexual entre nosotros no sólo es el acto de frotar los cuerpos
urgidos, o no tendría que ocurrir si queremos ser mejores. De no ser así nos
aburriría al rato por repetir eternamente lo mismo.
Nuestro
sexo es imaginario para alimentar otras deudas afectivas, es un sueño de
crecer, de fundirnos, de completarnos, de volar por los aires siendo el uno con
el otro. Desaprovecharlo sería digno de un hipopótamo en celo, con perdón de
los hipopótamos, que seguro tienen lo suyo y no sabemos.
Fuente:
Libro: "Mitos y realidades del sexo joven"
Autor: Dra. Anabel Ochoa
No hay comentarios.:
Publicar un comentario