A Josu, Diana y Alexandra, con todo mi cariño y
agradecimiento
Anabel Ochoa llegó a México procedente de Bilbao, País
Vasco, España, en 1987. Vino con su marido, el crítico de arte Josu Iturbe; su
pequeña hija Diana, de 8 años, y una mano por delante.
Anabel y Josu escogieron por azar México para vivir, o eso
es lo que dicen. Pero quienes no creemos en el azar sabemos que Anabel tenía
que venir a este país a cumplir la misión de su vida, no podía ser de otra
manera.
Con el look punk de los años 90, Anabel y Josu pidieron
trabajo en varias revistas y periódicos de la ciudad de México. Anabel fue
rechazada decenas de veces, pues en aquel entonces, cuando la palabra “sexo”
todavía causaba urticaria, los medios de comunicación le decían que “no podían
publicar un artículo tan fuerte”.
Fue el trabajo de Josu, como crítico de arte, el que los
sacó adelante en esos días difíciles de migración y poca aceptación por sus
ideas revolucionarias y vanguardistas.
En una ocasión, Anabel fue invitada a un programa de la XEW
que presentaba una mesa sobre sexología. La voz potente, inconfundible y casi
masculina de Anabel Ochoa atrapó a los radioescuchas, quienes comenzaron a
llamar para felicitarla por sus valientes y certeros comentarios. Al finalizar
su participación, un productor salió a su encuentro para preguntarle si quería
hacer una prueba para un programa semanal. De ahí surgió otra oferta de
trabajo, otra y otra… hasta que ella presentaba un programa de dos horas
diarias, transmitido tres veces al día en distintos horarios, y en el cual no
había invitados, pues sus radioescuchas sólo querían la voz de la doctora
Anabel Ochoa.
Precisamente esa voz potente, la inteligencia de su palabra
y ese valor sin cortapisas fueron lo que atrajo la atención del productor de
teatro Morris Gilbert, quien una madrugada, al sintonizar la radio mientras
salía de una obra de teatro, la escuchó.
Gilbert acaba de comprar los derechos de una famosísima obra
en Europa, Monólogos de la vagina, en la que tres mujeres hablaban, desde lo
más profundo de su ser, de cómo se sentían con respecto de la sexualidad que
les había tocado vivir. Morris no lo dudó: Anabel tenía que interpretar uno de
los tres papeles.
Desde su estreno, en 2000, hasta la semana pasada en que se
presentó con la obra en la ciudad de México, Anabel fue la única actriz que
jamás salió de la cartelera. En México, presentar Monólogos de la vagina sin
ella era simplemente impensable.
Publicó más de una decena de libros para guiar a los
lectores en todos los aspectos acerca de la sexualidad, desde los más lúdicos
hasta las perversiones y enfermedades más severas. Así como una novela, El
Conversador y otros relatos, su libro consentido, pues, como ella lo dijo,
“aquí no estuvo la doctora, sino la novelista, que es lo que siempre quise
ser”.
Durante los pasados 10 años viajó por toda la República
Mexicana dando conferencias. Estoy segura de que Anabel conoció mejor nuestro
país que cualquier mexicano. Toda la vida estuvo acompañada, custodiada,
reconfortada por su compañero, su pareja, su confidente, su mejor amigo, su
marido, el también escritor Josu Iturbe. En más de una ocasión les dije a los
dos –era imposible decírselo a uno solo, pues ellos jamás se separaban–: “Son
la pareja más perfecta y envidiable que he conocido en mi vida”. A lo que ella
contestó con esa enorme sonrisa: “Bueno, no nos hemos separado desde hace 24
años más que para ir al baño, y cuando yo entro en el escenario y Josu se queda
en el camerino, la verdad es que no sabemos cómo nos hemos soportado tanto”.
Sin embargo, más allá de la profesionista exitosa, de la
mujer pública tan querida, de la inigualable esposa e insuperable madre, Anabel
Ochoa era uno de los seres humanos más nobles y bondadosos que he conocido en
mi vida, y no lo digo porque hoy ya no esté con nosotros. Tuve la fortuna de
decírselo varias veces a los ojos, aunque ella nunca se lo creía.
Podría contar decenas de anécdotas sobre sus actos de enorme
corazón, pero preferiría hablar de la mujer alegre que fue, con esa extraña
combinación de fortaleza y fragilidad, pues detrás de esa voz que infundía
mucho respeto y algunas veces hasta temor se hallaba una mujer hecha de cristal
a la que había que hablarle dulcemente, como Josu supo hacerlo durante toda su
vida.
Se dedicó en los últimos años a las causas justas, a luchar
por los derechos de los débiles y desprotegidos. Anabel fue de la gente que en
lugar de quejarse de las injusticias del mundo, se abocó a combatirlas desde su
trinchera.
Estoy segura de que miles de mujeres e incluso hombres,
jóvenes o maduros, tienen que agradecer a la doctora Anabel Ochoa un consejo,
unas palabras de aliento y comprensión, o el tiempo que les dedicó para
escucharlos y confortarlos.
Suena enormemente desgastada la palabra extraordinaria
cuando hablamos de alguien que se ha ido, pero quienes tuvieron la fortuna de
conocerla no me dejarán mentir si digo que Anabel Ochoa fue una mujer
extraordinaria; fue cualquier cosa, excepto alguien común. Por eso, Anabel,
querida amiga, estés donde estés, brindo con una copa de champaña por tu vida,
hasta siempre…
*Editora de Suma de Letras y Punto de Lectura.
“Gracias, Anabel, porque nos enseñaste a vivir, a vivir sin
complejos”, dijo una mujer ciega que se abrió paso entre la gente congregada de
pie, en silencio, frente al ataúd de la conductora de radio, sexóloga y actriz,
y sobre todo consejera, amiga, de miles de personas que escuchaban su programa
en la 1260 AM.
La mujer prendió una grabadora con la música de Amor eterno,
aquella canción que Juan Gabriel compuso a su madre, y cantó. La siguieron los
demás que abarrotaban la sala de Gayosso. Por igual, hombres y mujeres, jóvenes
y mayores, lloraban.
“El mejor homenaje que le podemos hacer es seguir
conectados”, dijo también en voz alta una radioescucha. “Compartir lo que
aprendimos con ella.”
Y pronto ya circulaban unas hojas para que la gente apuntara
sus datos.
En este velorio nadie instruía qué hacer; sin embargo,
parecía una coreografía colectiva, como si todos los presentes efectivamente
hubieran, sin palabras, elegido actuar juntos. No había lutos separados,
aislados, sino un solo luto colectivo. Gente que hasta esa noche no se conocía
se abrazaba, ofrecía su hombro para que el vecino se recargara. Y todos
compartían en voz alta sus palabras para Anabel, seguidas de aplausos.
En el luto colectivo, la familia de Anabel Ochoa eligió un
papel discreto, como asumiendo que al fin y al cabo Anabel era familia de
muchos.
Y sí, así actuaba la gente, como si Anabel hubiera sido
familiar suya. Como aquella señora que al entrar a la sala lanzó un sentido:
“¡Ay, Anabel!”
Cuenta una radioescucha que Ochoa se entregaba a los casos,
se apasionaba, hacía todo lo que estaba a su alcance por ayudar a las personas
(como conseguirles abogados, sicólogos).
El ataúd estaba rodeado de flores, desde sencillos ramos de
nubes hasta elaborados arreglos florales. Al parecer las coronas provenían de
empresas y organizaciones, como de su casa radiofónica ACIR. También había una
que a lo lejos sólo se alcanzaban a leer las palabras “diversidad sexual”. Una
banderita arcoiris acompañaba un ramo.
“Gracias, Anabel, porque por ti salí del clóset”, dijo un
muchacho de veintitantos años.
La sexóloga siempre defendió el derecho a la diversidad
sexual.
Luchó contra el machismo, como recordó un hombre. También
exhortó a las mujeres a que disfrutaran sin miedo del placer sexual.
Habló sin tapujos, llamó por su nombre a las cosas,
transmitió valor a la gente para hacer lo msmo.
Había gente que llegaba simplemente con una rosa. Muchos no
vestían de negro, como si se hubieran lanzado desde donde estaban en el momento
que pudieron.
Al fondo de la sala, al lado del ataúd, había una inmensa
foto de quien eligió también ser mexicana.
Anabel Ochoa nació en Bilbao en 1955, y desde hace cerca de
20 años vivía en México. Fue internada el lunes pasado por un derrame cerebral
y el miércoles falleció.
“Gracias por el legado de tus libros”, dijo un joven. Ochoa
escribió varios, entre ellos Mitos y realidades del sexo joven, Juegos en
pareja, Tras el falo y Siete noches de amor.
En años recientes Anabel Ochoa incursionó en el teatro,
participó en la obra Monólogos de la vagina, como recordó el productor Morris
Gilbert, quien dedicó el estreno de la obra Dulce Caridad, el mismo miércoles
por la noche, a Anabel Ochoa.
Aunque sin duda el homenaje que la conductora de radio más
hubiera atesorado fue el de este jueves frente a su ataúd. “Viniste al mundo a
dar amor”, dijo una mujer mayor.
Tan simple como eso.
Fuente: La Jornada.
Notas Adicionales: Desnudo Total, fue el programa de mayor impacto en la audiencia nacional, hasta donde llegaba el programa desde el 900 Am de la XEW, Noche a noche, después de las noticias de 24 hras entraba al aire "Desnudo Total, el club nudista de las ondas radiofónicas..." era el saludo de cada noche que nos atraía nuestra atención y nos ponía mas despiertos para escuchar la voz de la Dra. Anabel Ochoa, sin importar desvelarnos para escucharla hablar de sexualidad humana, sin miedo a las palabras a calzón quitado, "porque este silencio nos está matando...". Gracias Anabel, porque nos ayudaste a ser libre de prejuicios en cuanto al tema de la sexualidad, y a ver diferente la vida para disfrutarla mejor.Por lo cual hemos querido compartir su legado desde nuestros sitios este blog y voces desde la intimidad en facebbok.
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